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Domingo Pacheco: “El viaje a la frontera con Ucrania me ha ayudado a crecer como persona y como cristiano”

Más de cuatro millones de ucranianos han abandonado su país desde que comenzó la guerra el pasado 24 de febrero. Han salido de sus casas huyendo de las bombas y de sus consecuencias, dejando allí a los familiares que están defendiéndose, como pueden, de los ataques del ejército ruso. Las muestras de apoyo de todo el mundo con estas personas no tardaron en aparecer. Aquí en Valencia, colegios, asociaciones, administraciones públicas y ciudadanía en general se volcaron desde el primer momento recogiendo material de primera necesidad.

Entre esas entidades se encuentra el CEU, institución educativa que organizó un viaje del 13 al 18 de marzo a la ciudad de Przemysl (Polonia), a tan solo 12 kilómetros de la frontera con Ucrania, para llevar directamente los medicamentos y alimentos donados por el alumnado y el profesorado. Al frente de esta expedición, de la que regresó con cinco personas refugiadas que ya están instaladas en un piso, estaba el Consiliario Diocesano de Juniors M.D., Domingo Pacheco, que también es capellán de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Junto a él viajaron Sergio Valera, Educador del Centro Juniors Alfara (Zona Camí Heracle – Vicaría IV), Valentín Palau (padre de Irene Palau, Delegada de la Zona Camí Heracle), Emilio Ruiz (padre de Fátima Ruiz, Educadora del Centro Juniors Agua Viva), Javier, del área de marketing de la Universidad CEU Cardenal Herrera, y Alejandra, una alumna de la misma universidad.

 

PREGUNTA. ¿Cómo surgió la idea de viajar hasta la frontera con Ucrania para llevar material y regresar con personas refugiadas?

RESPUESTA. Surgió de la necesidad de llevar los medicamentos y alimentos que habíamos recogido en la universidad y el colegio del CEU para asegurarnos de que el material llegaba donde hacía falta. Conforme íbamos avanzando en la organización se iba gestando todo. El viaje fue una muestra de que ha sido más Dios el que lo organizó que yo. El plan se fue generando poco a poco de forma muy providencial.

P. ¿Los días previos y durante el trayecto de ida tenías miedo o incertidumbre acerca de lo que os ibais a encontrar?

R. Cada uno lo vivió de una forma. Yo, personalmente, lo hice con mucha confianza. En aquella ciudad conocíamos al padre Andrés, Carmelita Descalzo, y sabíamos que él nos recibiría y atendería. Eso me daba mucha tranquilidad. De hecho, nada de lo que podía salir mal salió mal. Había gente del grupo con miedo y sin miedo. Es verdad que no teníamos ni idea de lo que nos íbamos a encontrar, sobre todo teniendo en cuenta que el día anterior habían bombardeado una ciudad muy cercana a nuestro destino.

P. ¿De dónde salió el material?

R. Se hizo un llamamiento en la universidad y en el colegio. La comunidad educativa se lo tomó como algo personal porque sabía que éramos nosotros los que íbamos a llevar esa comida y esos medicamentos personalmente. Sabían que iba a llegar sí o sí. Aprovechamos para idear una actividad que consistía en elaborar unas tarjetas en las que las personas que donaban se presentaban, les trasladaban a los destinatarios que rezaban por ellos y compartían mensajes de esperanza.

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P. ¿Qué os encontrasteis al llegar?

R. Al principio nos pareció una ciudad normal, pero cuando descargamos el material en el convento y el Padre Andrés nos llevó a visitar algunos puntos, la situación nos descolocó. En la estación recibimos un baño de realidad. Había mucha gente, estaba lleno de sacerdotes, religiosos y voluntarios de Cáritas dando de comer a la gente que llegaba. Dentro vimos a mucha gente llegando en trenes. Ahí fuimos definitivamente conscientes de la realidad que se estaba viviendo allí.

P. ¿Cómo fue la selección de las personas que os acompañaron en el regreso?

R. Fuimos a un antiguo centro comercial habilitado como centro de recepción de personas. No percibimos ningún control gubernamental. Eran las ONG las que intentaban, con sus medios, asegurar que las personas viajaran de manera segura. Disponíamos de 5 plazas, pero en principio las personas particulares no pueden llevarse a gente. Sin embargo, la asociación que estaba coordinando el proceso, Juntos por la Vida, nos conoce porque en el CEU tenemos proyectos conjuntos, así que aceptaron nuestro ofrecimiento. Primero encontramos a Svitlana a que estaba con dos nietos y luego a Tanya, una mujer que había huido de Ucrania con su hijo.

P. Ahora que han pasado ya varios días, ¿qué balance haces de esta aventura?

R. Para mí lo más importante de esta experiencia es que nos hemos traído mucho más de lo que nos llevamos, porque hemos tenido la inmensa suerte de poder acompañar a unas familias que Dios ha puesto en nuestro camino para ayudarlos. No ha sido enriquecedora, ha sido vital. Me ha ayudado a crecer como persona y como cristiano. Me ha hecho darme cuenta de lo importante que son los pequeños gestos cuando no puedes comunicarte de otra forma. Qué importante son los pequeños detalles, esos son los que marcan la diferencia, cosas que pasan desapercibidas pero que, al final, ganan mucha importancia.

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P. ¿Qué es lo que más te sorprendió?

R. Es curioso que en los medios de comunicación no haya visto a nadie de la Iglesia ayudando en esta guerra. No he visto en televisión a sacerdotes, monjas o voluntarios de Cáritas. Sin embargo, eso fue precisamente lo primero que vi allí. Es importante que eso se sepa. Que la gente sepa, aunque no se vea, que al final se cumple aquello que dice el Evangelio de que no se entere la mano derecha de lo que hace la izquierda. Nosotros tampoco quisimos que se enterara mucha gente de nuestro proyecto, porque lo hicimos porque surgió la oportunidad, no por el postureo. Era una cuestión de responsabilidad. Al final el papel de la Iglesia debe ser ayudar por valorar a las personas. Y es bueno que se comuniquen las cosas y que la gente tome conciencia de la realidad, pero la motivación no tiene que ser esa.

P. ¿Con qué te quedas?

R. Me quedo con las personas que nos hemos encontrado allí, como el Padre Andrés, que nos hizo sentir como en casa, con las familias que nos acompañaron a la vuelta y con el grupo de personas con el que compartí el viaje, con los que comentaba que Dios se las había arreglado para que cada uno aportara lo que hacía falta en cada momento. Éramos perfiles muy diferentes que nos compenetramos de maravilla, porque el equipo no lo creamos nosotros, sino Dios y su providencia.

P. ¿Cómo se puede colaborar con estas personas?

R. Lo más importante es ponerse a disposición. Muchas veces no nos damos cuenta de lo importante que es que alguien te pregunte si necesitas ayuda o que simplemente te la ofrezca con una sonrisa o esté cerca en un momento de necesidad. Estas dos familias tienen un lugar donde vivir, los niños están escolarizados y están comenzando a llevar una vida más o menos normal. Se puede colaborar a nivel general través de Cáritas, que está muy implicada tanto en esta como en otras muchas causas.

P. ¿Cómo nos puede ayudar la oración?

R. La oración llega donde nuestras buenas intenciones y nuestras acciones no llegan. Una de las cosas más efectivas e importantes que podemos hacer por las personas que están allí es rezar. No solamente se vive en la distancia, sino también en la cercanía. El hecho de rezar por estas personas, estén cerca o lejos, marca la diferencia. Cuando nos fuimos le pedí a mi entorno que rezara por nosotros. Y en el regreso, en la furgoneta en la que iba yo, rezamos el rosario y lo ofrecimos por los que viajaban con nosotros y sus familiares, entre ellos el esposo de Tanya, que se quedó en Kiev transportando comida. Ella no sabía que estábamos rezando por su familia, pero al final escribió en el traductor de Google que se había dado cuenta y había sentido que estábamos rezando por ellos. Ella, en su corazón, lo había notado. No sabíamos si esta mujer vivía la fe o no, y fue capaz de darse cuenta en su corazón de que rezábamos por ellos. Es fundamental que todo lo que hagamos no se quede en una mera filantropía, sino que vaya acompañado de la oración y de nuestra entrega personal.

 

Junto a Domingo Pacheco y Sergio Valera viajaron Valentín Palau (padre de Irene Palau, Delegada de la Zona Camí Heracle), Emilio Ruiz (padre de Fátima Ruiz, Educadora del Centro Juniors Agua Viva), Javier, del área de marketing de la Universidad CEU Cardenal Herrera, y Alejandra, una alumna de la misma Universidad.